Comentario
La evolución de un núcleo de civilización arabo-islámica en la Península Ibérica en la Edad Media, a la vez original y difusor de modelos, es un hecho histórico de gran alcance. Sin embargo, su aparición y desarrollo plantean diversos problemas. Para su estudio, se cuenta solamente con algunos vestigios artísticos y arqueológicos que son como puntos de luz aislados en una amplia playa de oscuridad. No permiten comprender fácilmente los elementos que determinan la aparición de formas nuevas y seguir su desarrollo en la Península y más en la cuenca occidental del Mediterráneo como, por ejemplo, en territorio cristiano, el arte mozárabe o en el Magreb, el arte andalusí que encontrará allí su campo de expansión más fecundo y con más futuro. En este campo, igual que en la historia política, económica y social, las indiscutibles especificidades andalusíes no deben ser consideradas de forma aislada, como un testimonio de excepcionalidad, sino más bien en el contexto general del desarrollo de la civilización arabo-islámica, lo que no quiere decir que no haya que buscar también las eventuales raíces locales de los hechos artísticos y culturales.
Es cierto que la nueva cultura árabe se implantó de golpe en la Península desde el momento de la conquista. Saber a qué ritmo, entre qué clases sociales y hasta dónde se difundió, es problema importante, sin duda, pero sobre el que las fuentes aportan solamente, por desgracia, datos muy escuetos. Conocemos un episodio muy revelador sobre la utilización privilegiada de la lengua árabe -y evidentemente la escritura no se puede disociar de ésta- en los medios dirigentes desde la época de los primeros gobernadores. Los Ajbar Maymus relatan que, cuando el príncipe omeya Abd al-Rahman -el futuro Abd al-Rahman I- entró en la Península en el 755, el emir o gobernador Yusuf al-Fihri que ejercía el poder en Córdoba, mandó a Torrox, donde se había parado, a su liberto y secretario (katib), dalid b. Zayd como embajador. Este, después de haber pronunciado ante el príncipe y su entorno un discurso en el que expresaba propuestas para llegar a un acuerdo amigable en nombre de Yusuf, les entregó la carta que él había redactado. Como el príncipe había pasado el texto a Abu Uthman, uno de los principales notables de su corte y cliente suyo, encargándole de redactar una respuesta por escrito. El secretario de Yusuf, que la crónica describe como erudito y vanidoso a la vez, no pudo evitar hacer una broma y desafió a Abu Uthman a redactar una respuesta de tan alta calidad literaria como la suya: "mucho habrás de sudar, oh Abu Uthman, antes de escribir con tanta elegancia la contestación". Indignado, el orgulloso cliente omeya, probablemente un guerrero menos entrenado en el uso de la lengua que el katib de Yusuf, le tiró la carta a la cara y lo mandó detener, rompiendo así la negociaciones.
El resto del relato es igualmente revelador: los compañeros del omeya Abd al-Rahman, a cuyo deseo secreto obedeció Abu Uthman reaccionando de esta forma, se habrían felicitado por el incidente diciendo al príncipe: "Este es el principio de nuestra victoria, porque el poder de Yusuf estriba todo en este hombre". Ante la protesta de otro notable, que acompañaba al secretario de Yusuf, por el trato que había recibido su compañero se le respondió: "El embajador eres tú; este es un agresor, que ha venido con insultos y provocaciones, un hijo de mala mujer, un renegado". El conjunto de este relato merecería un largo comentario. Si la literalidad de las palabras pronunciadas es evidentemente difícil de asegurar, el sentido del incidente, que nos fue transmitido por tradición oral, es revelador. En el Occidente hispánico como en el Oriente mesopotámico e iranio, una nueva clase de escribas (kuttab) de origen generalmente no árabe, pero con un dominio perfecto de la cultura árabe literaria que se estaba formando -indispensable, por tanto, en la organización gubernamental y administrativa de Dar al-Islam- se había creado y mantenido una relación de rivalidad con el grupo dominante en la época omeya, constituido fundamentalmente por elementos tribales árabes con función militar (yund), rodeado de clientes de origen diverso que han entrado en la clientela de las grandes familias de esta aristocracia dirigente omeya. En Oriente, la revolución abasí, que a menudo descartó del poder a la antigua clase dirigente árabe, permitió el ascenso de esta nueva burguesía. Sin embargo, en al-Andalus parece haber emergido con más dificultad, precisamente por el hecho de que los omeyas se hicieron con el poder y lo supieron mantener.
Estos elementos tribales y sus satélites eran árabes, aunque evolucionaran culturalmente en un ambiente menos refinado que el de los kuttab oficiales y soportaran de mala gana el acceso a una posición destacada de los poseedores de la cultura escrita, útiles en el ejercicio del poder. Así las mismas tradiciones nos presentan al hombre fuerte del régimen de Yusuf al-Fihri, al-Sumayl, como a un rudo guerrero, aficionado a la poesía beduina y capaz él mismo de componer versos, a pesar de ser iletrado. Un día habría protestado contra el versículo del Corán que reza: "Alternamos los reveses y los éxitos entre los hombres", alegando que era incongruente que no rezara entre los árabes. "Desdichados de nosotros -habría exclamado- en este caso el poder no nos pertenece a nosotros exclusivamente; los pobres, los malos y los esclavos tendrán también su parte". Sabemos que esta poesía árabe tradicional se difundió ampliamente. En la época de las revueltas del último cuarto del siglo IX, todos los señores que se habían hecho independientes en las diferentes regiones de la Península y se habían asegurado un poder de cierta importancia componían poesía o tenían sus poetas oficiales.
No sólo un notable árabe culto, como Sawwar b. Hamdun, que tenía un papel preponderante en la provincia de Elvira y encendía los ánimos de los miembros de su clan con sus poemas guerreros, sino también los jefes de origen autóctono, los muladíes, cuyos poetas hacían la competencia con los poetas de los árabes.
En los ambientes urbanos, en los primeros años del IX, Ibrahim b. Hayyay, señor árabe de Sevilla, prácticamente independiente, organizó una pequeña corte cuyo poeta más preciado era un poeta beduino llegado de Arabia. Pero mucho antes, a finales del VIII, en una capital de provincia importante pero cuya población y elites eran mayoritariamente indígenas y que estaba siempre enfrentada con el poder árabe omeya de Córdoba, un poeta llamado Ghirbib atizaba el espíritu de resistencia de sus conciudadanos redactando poesías en lengua árabe. Esto sólo se entendería si se considerara que desde esta época temprana, la lengua árabe y sus manifestaciones literarias tradicionales se habían difundido suficientemente en el medio autóctono para servir de soporte al mensaje político.